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Succióname

Bombeas lentamente, inflamas mi carne con desesperante parsimonia.
Quieres que sienta cada latido, que se me escape el alma por los labios dilatados.
Me liberas de esa ventosa que me transforma, que me hace desaparecer y me convierte en un coño monstruoso. Yo ya no estoy, no existo.
Mis sentidos se concentran en ese pedazo de carne brutalmente desarrollada, siento como mi sangre se agolpa en los labios brillantes, obscenamente tensos.
Tu mirada es la de un niño curioso, tus dedos resbalan en lo que antes fueron pliegues y ahora se ofrece como una boca carnosa e inhumana.
Mis sensaciones se han multiplicado igualando el tamaño atroz de mi sexo. Ardo y tiemblo ante tus caricias, las sábanas empapadas son una prueba real de que tus juegos me llevan más allá de mí.
Esta noche deseabas gozar de una parte de mí, anular el resto, deshumanizarme hasta ese punto en que mis gemidos no surgen de mi boca, que mi espalda no se arrastra por tu cama.
Gózame, estoy a punto de colapsarme de deseo, soy ese coño colosal y morboso que tanto soñabas.
El clítoris ha crecido al ritmo de los labios, surge entre ellos, insolente y carnoso, tan sensible que no resistirá una caricia sin explotar entre gritos que surgirán directamente de mis entrañas.
Eso es lo que soy, lo que esta noche has querido que sea, una funda carnosa y gruesa en la que envainar tu sexo, en la que perderte a golpe de caderas y gritos.
Disfrútame así, por partes, partes de un todo que te pertenece.

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